Adiós a los próceres: caricaturas rabiosas
Toda revolución trae entre sus cimbronazos las obligaciones de la impunidad para los artífices. Es lógico que los triunfadores tomen las sillas coronadas y se dediquen a la firma de los decretos y las sentencias de muerte. Se supone que más tarde, cuando el entusiasmo se convierta en retórica y los pintores oficiales estén muertos, la historia se encargará de vengar la grandilocuencia del bronce y la mentira no memorable sino memorizable de las cartillas.