Cinco poemas en prosa de Viajeros
UN CRUZADO
Fui uno en ese viaje santo y también fui todos. Salí de Clermont, de Tolosa, de Legia, de Lorena. Perseguí la redención tocando lo execrable. Mi caballo devastó, mi espada degolló, mi boca profirió denuestos en las jornadas del saqueo y estuvo atada al responso en la angustiada noche. Por los caseríos de Hungría, como un viento arrasador, se extendió mi mirada hambrienta de eternidad. Sobre el mar que rodea a Constantinopla pasó, confundida en la multitud, mi conciencia de perecimiento. Busqué al Creador encerrado en el delirio. Pero en Maara y Antioquía Él se escondió entre la sangre y la epidemia. Su rastro fue inasible entre despojos que siguieron hasta que Jerusalén fue liberada. La ciudad nos perteneció ese día, y el humo de los incendios hizo una inmensa cruz en el firmamento. Entre los gritos de espanto, mis manos se mancharon de horror, pero aspiré por fin el hálito implacable de Dios.
DANTE
Sospechar que en la armonía de los astros no está ella, y que en su luz se despedaza el resplandor del Paraíso. Y pensar esto es el origen de una condena porque, de súbito, me hallo en la primera página de otro viaje que mi mano escribe. Veo la loba, el león, la pantera, y en la encrucijada de sus acechos leo la inscripción que me lanza a la bruma. En el momento indicado digo: ¡Maestro! Pero Virgilio no está. Levanto la cabeza y lo veo, ajeno a mí, bordeando los abismos. Lo llamo y no oye. Corro pero cada paso que doy es uno dado por él. La distancia es atroz y permanente. Entonces, un nuevo Infierno, el verdadero, empieza para mí. Sin guía y con la certeza de que no hay nadie a quien seguir. Beatriz, grito, y a mi eco se une el coro de los condenados.
GUILLAUME DE RUBRUCK
Hay otros de tez clara en estos dominios. Sé de varios sirvientes húngaros en la corte de Mongolia, de la hija de un ruso que teje la seda y atrae el amor con conjuros, de un mancebo inglés que reconoce a la muerte en las manos de los hombres. Por ser franciscano, y embajador de Luis, se me ha permitido hablar de Cristo con los sabios de este imperio.
Ellos desconocen el espíritu que iluminó a Abraham, y no por insensatez, pues son muchas las montañas, los lagos, tantos los pueblos de Mahoma que nos separan. Pero duele saber que todo en la tierra les parece ficticio, hasta Gotama, el lúcido. Lo que persiguen, a través de pacíficas virtudes, es la nada en las vastas estepas.
Me escuchan hablar de Roma, de la Biblia, de la ciudad de Agustín y de las Consolaciones de Boecio. Y al contarles del Paraíso y los eternos castigos, del enigma de la trinidad, concluyen que la mía es una vía engorrosa para llegar a Dios.
Después guardan silencio. Buscan el reposo de las tiendas bajo la noche constelada de Karakorum. Cuando hago lo mismo, creo vana la tarea de adoctrinarlos. Acaso hay verdad en su búsqueda. Con el sueño la sospecha me cubre. Quizá la cruz no sea el único camino.
IBN BATUTA
Las ciudades del Nilo me llevaron a la morada del Altísimo. Pensé ir a Damasco y lo hice. Quise conocer las tierras de Omán y Omán fue atrapada por mis ojos como una piel deseada. Luego fueron las Maldivias donde escuché lo maravilloso y lo banal. Mi sed de viajar se desató. Los espacios y el tiempo escaparon de mis cálculos habituales. Empecé a devorar las leguas que faltaban sin siquiera imaginarlas. De las aldeas otomanas pasé a las rusas. Después fue la China, donde no hay noción de término. Viajar es ignorar el punto de llegada, y quisiera continuar hasta encontrar algo semejante al fin. Pero soy tan sólo un hombre y es necesario volver al sitio de partida. Regresar a Tanger. Y ver de nuevo la primera luz. El primer mar. Rozar con mis dedos las primeras piedras.
UN PEREGRINO
Santiago de Compostela está cerca. Los hombres duermen el cansancio de horas caminadas. O miran el fuego como si fuera la primera vez, mientras el vino humedece los mendrugos. Soy músico trashumante. Al silencio de las posadas lo ilumino con mi laúd. Sé canciones que describen la muerte como una danza ebria. Al culminar el último relato de brujas, mi música es humo, juego de niebla, espejo de la luna. Y estoy tocando cuando un extranjero aparece entre nosotros. Tiene cuerpo de alfanje. Su palabra es pausada. Los ojos, dos teas inextinguibles. Sólo nos resta enfrentar el engaño, la enfermedad, el horror, dice, con el cuerpo. Aconseja fornicar, único júbilo que conduce al Paraíso, o masturbarse junto a los árboles en flor. Explica que la ruta de aquí abajo es breve. Y la de arriba, dibujada en las estrellas, no nos corresponde porque es inaccesible. Más allá de ese templo, falsa tumba de un apóstol, concluye, no hay sino desolación. Algunas mujeres se persignan. La palabra hereje se desliza junto a la fogata. Sin siquiera beber un vaso de vino, el hombre se marcha. El eco de sus pasos nadie lo escucha. Sólo mis sonidos lo persiguen.
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13 Feb, 2013
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