Las novelas póstumas de Jaime Alberto Vélez
Las dos novelas póstumas de Jaime Alberto Vélez (1950-2003) se insertan en lo que fue su máxima preocupación: escribir literatura a partir de la literatura misma. El proyecto novelístico del autor antioqueño apuntaba a una trilogía cuya pretensión era deslindar fronteras literarias. De hecho las dos primeras, publicadas en 2005 -la tercera está extraviada en un mar de suposiciones kafkianas-, muestran lo que podría ser, según Vélez, el abrazo de la novela con el ensayo, el cuento breve y el poema. Dueño de una prosa impecable, Vélez va tejiendo su discurso narrativo, apoyándose en la reflexión lúcida ya sea sobre la adivinación o sobre la poesía.
La baraja de Francisco Sañudo plantea la posibilidad de convertir un texto literario en un manual de predicciones. Los hombres de la antigüedad y la edad media jugaron a esta aventura. Leer un poema al azar y encontrar en él un perfil del futuro o el rasgo de un secreto que al develarse pueda sacarnos momentáneamente de la realidad. Francisco, maestro de escuela, es enemigo acérrimo de la superstición. La combate a diario desde el pupitre de la cátedra. Para Sañudo la tarea fundamental es transformar el ánimo agorero de sus paisanos, caracterizado por la maltrecha creencia en la magia, en una ética cívica cuyos pilares sean la prudencia y la sensatez. Pero, y desde la perspectiva del cinismo propio de Vélez, Sañudo termina enredado en sus propias redes. Escribe una cartilla para guiar a sus estudiantes en los meandros de la lectura en voz alta. Son cuarenta y cinco textos que ayudan a moldear la especial estructura de la novela. En realidad, son cuentos breves, a veces prosas poéticas, que están cargados de una múltiple significación, a la manera de los que integran algunos de los libros del autor como Piezas para la mano izquierda y El zoo ilógico. La cartilla termina convertida en una baraja adivinatoria que todos leen con el temblor típico de quienes se acercan a los oráculos. Pues algo misterioso de sus vidas se revela en las palabras de estas prosas sucintas. El Sañudo educador, en el imaginario de un prójimo que él pretende aliviar de la alienación supersticiosa, se torna entonces en una suerte de Sañudo prestidigitador. Es esta circunstancia paradójica la que permite a Vélez desplegar su talento para abordar la crítica. Porque es aquí donde se hallan los grandes aciertos de La baraja de Francisco Sañudo. La manera, siempre atravesada por un humor ácido, en que se fustigan las veleidades de los espíritus que prenden velas al azar y se lanzan a descifrar los lenguajes de la adivinación.
En El poeta invisible se acude a un mecanismo parecido al de La baraja. El eje de la segunda novela es la Albaquía, que son 131 definiciones de palabras imaginarias inexistentes en el lenguaje poético. La Albaquía se disemina a lo largo de la novela y define con claridad uno de los problemas fundamentales de la expresión poética. La urgencia de que la poesía sea esencial despojamiento de la palabra y no vana ornamentación de ella. Julio Flórez es un contador público, pero un poeta invisible, que escribe estas definiciones en las márgenes de sus libros de contabilidad. A partir de este homónimo del poeta colombiano de la trasnochada retórica romántica, Vélez aprovecha para edificar una figura singular que en algo recuerda a los fantasmas literarios que desfilan en el Bartleby y compañía de Vila-Matas. Lo que sabemos de Flórez, sin embargo, es lo suficiente. Una vida plomiza y silenciosa. Acorde, por lo demás, a la pretensión poética del autor que consiste en pasar desapercibido y hacer una poesía cuyo vacío y desnudez le haga justicia a la existencia de su autor. En realidad, Vélez despacha lo anecdótico del personaje rápidamente para luego lanzarse a la reflexión sobre el quehacer poético. De tal manera que el lector asiste, tal como ocurre en La baraja de Francisco Sañudo, a lo que podría entenderse más como un ensayo que como una novela. Pero la propuesta de Vélez, y sobre todo en El poeta invisible, es romper estas fronteras. O tal vez no romperlas. Pero sí jugar con ellas dinamitando, a través de una escéptica visión del mundo, los cómodos pilares de una narrativa. Esa que tanto se escribe ahora. Caduca desde el preciso momento en que se publica.
David Marín
5 Jul, 2012
Hace un año me acerqué a la las obras de Jaime Alberto, a raíz de un proyecto de investigación de la Facultad, y quedé gratamente sorprendido. Todo el trabajo que hay, no solo en sus novelas, sino también en sus poemas, ensayos y cuento infantil, es una muestra clara de que sí se puede cuestionar la noción tradicional de la literatura, bajo la necesidad de refrescar sus caudales cuando no hay más que tierra baldía y “vedettes” de turno.