Sobre Cuaderno de París
Cuaderno de París es un libro anfibio que va de la prosa de pequeñas narraciones a la contención ajustada de la palabra poética. De la descripción de calles, plazas y cafés de la Ciudad Luz a la aparición de nítidas imágenes por donde anda la muerte, la piel del desastrado, la voz agónica del exiliado. Del homenaje a escritores y artistas que han marcado el camino incierto del lector-escritor a la imaginación que los hace amigos y compañeros de viaje en cualquier lugar de la urbe o del sueño. Diálogo de sombras que comparten la zozobra, el desprecio por la comedia del poder, la ironía mordiente de sus palabras altaneras. Un libro como una espina atravesada en la garganta que apenas sí nos permite respirar. Un libro que no se conforma con la descripción de postales de viaje, ni con las peripecias de quien va por una ciudad ajena con ojos de turista domeñado. Un libro, en fin, de escritura arisca y rebelde que nos enseña la belleza en una de sus acepciones más problematizadas en su concepto del arte literario como aquello que para Kafka era un martillazo que dolía en la cabeza, distinto al del texto apto para dormir tranquilos.
La ciudad aparece aquí con su fascinante doble fondo de lo que amamos y denostamos al mismo tiempo. Pero también con la doble cara donde aparece la del origen, la que marca el destino para siempre: “Nuevos sitios no has de encontrar, ni encontrarás./ La ciudad siempre te acompañará. Por las mismas calles/ errarás…” (Kavafy). Allí vienen ramalazos de infancia, de dicha y de miedo.
El narrador es ambiguo como todo ser que conserva intacta el alma, es decir: imperfecta, temerosa, indefinida, odiosa, pero enhiesta y desinhibida para amar y comprender todo lo que hay que amar y comprender. Un alma no comprada por los mercaderes del confort. Como el alma de los poetas, compadecida por tantos tontos, pero risueña y amarga en la medida exacta que comporta una vida sin las imposturas de los imbéciles.