La esfera inconclusa de Álvaro Pineda Botero
Una inquietante transformación se está produciendo en el ámbito literario colombiano en los últimos años. Su causa mayor acaso sea el modo en que la globalización se ha instaurando entre nosotros. Una metamorfosis agresiva y caótica, en cierta medida deshumanizante si pensamos en ciertos valores éticos del pasado, pero sin lugar a dudas atractiva para el intérprete de los fenómenos estéticos. El concepto de aldea global, pese a sus múltiples contradictores, es un concepto que ha ocasionado con rapidez su reflejo en la realidad social y en su expresión literaria. Este reflejo es similar, me atrevo a suponer, a las imágenes fragmentadas y vertiginosas que el ojo de la mosca capta de su universo circundante. Las coordenadas culturales empujadas, aunque sería mejor decir estremecidas, por el ímpetu de la posmodernidad, ponen en tela de juicio, a través justamente de la fragmentación y la velocidad, lo que antes eran enunciados más o menos sólidos y aparentemente armoniosos. ¿Qué podría significar ahora, por ejemplo, a la luz de las teas multiculturales y bajo las sombras de los portales electrónicos, asuntos como el canon literario colombiano, o las correspondencias, sacralizadas tantas veces por la interpretación académica, de Estado-Nación y literatura, de geografía regional y literatura, de las tradicionales tendencias clasificatorias de tiempo y espacio y nuestra literatura? Sin duda alguna son asuntos que, vistos desde este presente que nos moldea, asumen contornos diferentes a los que mostraron en el pasado. El papel de muchos investigadores actuales de la literatura colombiana, ha sido desdeñar o simplemente pasar por alto las circunstancias riesgosas, por su dosis explosiva y su carácter desintegrador, que propone la globalización. Álvaro Pineda Botero, en cambio, es uno de los pocos críticos que ha asumido este desafío. En su último libro La esfera inconclusa: novela colombiana en el ámbito global (2006), se propone algo que en principio parece paradójico. A través de una metodología precisa, y apoyado en una serie de categorías que provienen particularmente de los espacios filosóficos, Pineda Botero se enfrenta a un fenómeno literario caracterizado generalmente por lo centrífugo, la dispersión, el estallido y lo fractal.
Pero este propósito hermenéutico no es nuevo. Quiero decir que no se trata de una certeza interpretativa que ha surgido de repente en este último libro de la producción crítica de Pineda Botero. Ya en Del mito a la modernidad, la novela colombiana de finales del siglo XX (1990) planea la creencia de que la nueva literatura colombiana, aquella que se viene escribiendo después de García Márquez, exige de parte de sus estudiosos nuevas miradas. Lo que equivale a decir que es menester una actitud de curiosidad permanente frente al mapa abigarrado de nuestra novelística. Aunque es cierto que se asiste desde las décadas del 80 y el 90 del siglo XX, quizás desde décadas anteriores, a una convivencia de expresiones literarias que van desde formas tradicionales de escritura que se basan en mitologías regionales e imaginarios estéticos costumbristas, hasta las muy diversas experiencias narrativas desprendidas del dédalo urbano, hoy en día el panorama de radical transformación es más ostensible. Si antes apenas empezábamos a vislumbrar los rasgos de la crisálida novelística que iba saliendo de su envoltura. Hoy ya distinguimos las tonalidades y la envergadura de sus alas desplegadas. Y si algo de grandes proporciones está ocurriendo con los nuevos escritores colombianos, esto se debe a que fisuras igualmente desproporcionadas desgarran sin pausa, acelerada e imparablemente, el ritmo de nuestra sociedad. Algo similar sucede, por supuesto, con el lector. Éste último, si lo tomamos colectivamente, si nos atreviéramos a pensar que existe una colectividad lectora en la Colombia de hoy, parece extraviado en su falta de referentes. Casi siempre desinformado pero atribulado por el bombardeo mediático que propone qué leer, este lector anda de un lado para otro, dando tumbos, cayendo y volviéndose a levantar, intentando situarse en medio de coyunturas estéticas complejas por no decir confusas. Por ello mismo, y ante este complejo horizonte de nuevas escrituras y nuevas lecturas, donde los medios audiovisuales son tan importantes y se han desbaratado las que creíamos eran sólidas convicciones religiosas, sociales y culturales, son necesarios los esfuerzos hermenéuticos concentrados en los libros de Álvaro Pineda Botero.
Del mito a la posmodernidad, la novela colombiana de finales del siglo XX utiliza ocho categorías de análisis para enfrentar el estudio de los textos. Algunas de ellas se recuestan en lo regional y otras prefieren la interesante dispersión que ofrece la literatura urbana. Entre la mitología de la costa Caribe y las incesantes jornadas colonizadoras de Antioquia y Caldas, el intérprete va y viene en las primeras páginas para luego caer en la neurosis, los espacios utópicos, la sátira y la burla y las estructuras abismales de la narrativa surgida de las grandes ciudades, sin desconocer claro está el importante espacio que la historia ofrece a nuestra última novelística. Es indudable que en este primer libro hay una propuesta de interpretación que semeja un delta de numerosos brazos. Nada extraño, en todo caso, que ante una literatura de diferentes rostros como es la colombiana, se plantee una interpretación igualmente multifacética. Ahora bien, en La esfera inconclusa se presenta algo nuevo en el recorrido analítico que viene realizando Álvaro Pineda Botero desde hace casi veinte años. El autor sigue ante su desmesurado objeto de estudio, lleno de aristas y de trasformaciones precipitadas, pero se enfrenta a él desde una perspectiva diferente. El delta del río novelístico, esta vez, se observa desde un solo lente. Lente que, sin embargo, está formado por diversas esferas. El procedimiento remite quizás a un juego caleidoscópico. Se ubica el fenómeno literario y él va mostrando sus diversas formas y colores a medida que el ojo del observador mira desde cada una de las esferas. Esta manera de abordar la nueva novelística colombiana supone, por supuesto, separarse de la usual maquinaria conceptual diacrónica, para enfatizar en la categoría del tiempo. En La esfera inconclusa se privilegia entonces esta categoría “con el objeto de establecer conexiones temáticas, estructurales, narratológicas, hermenéuticas, fenomenológicas y de otro tipo, pasando libremente por regiones, épocas y autores”.
Pineda Botero es claro cuando explica de dónde se ha nutrido para esbozar esta teoría de la interpretación. Parte de una tradición teórica literaria cuyos exponentes van desde los formalistas rusos, los estructuralistas y semiólogos franceses hasta los especialistas de los estudios poscoloniales y de la nueva crítica norteamericanos, pasando por los intérpretes alemanes de la recepción y los inmigrantes europeos que en Estados Unidos establecieron en su momento las bases de la literatura comparada. En este sentido, La esfera inconclusa está arraigada en una notable asimilación de la teoría literaria planteada a lo largo del siglo XX. Por ello mismo, el más sugerente distintivo de la formulación de este libro es el carácter ecléctico de sus conceptos. Pero su principal pilar se hunde en las direcciones de la conciencia propuesta por la doctrina kantiana. Pineda Botero cree en la “simplicidad y la armonía, la sencillez y la magistral generalidad de las ideas centrales” de Kant y sobre ellas, y en particular sobre las que definen la conciencia estética, la conciencia científica, la conciencia histórica, la conciencia moral, se apoya para presentar su propuesta analítica, y así enfrentarse al corpus globalizado de nuestra literatura.
Hay dos factores, entre otros, que quisiera señalar en La esfera inconclusa. El primero de ellos obedece a un sentido pedagógico que me parece plausible. Para Pineda Botero no existen, en su crítica, obras malas o buenas. Toda obra para él es susceptible de estudio y en ella hay elementos estéticos que ameritan su estudio. Por esta razón La esfera inconclusa, como sus otros libros La fábula y el desastre (1999), juicios de residencia (2001) y Estudios Críticos sobre la novela colombiana (2005) ignoran el encono, la burla, la demolición. Siempre hay en su tono interpretativo un sensato respeto sobre las obras, y cuando hay valoración entusiasta, esta siempre es medida y jamás cae en el exceso. En este sentido, la célebre definición de Baldomero Sanín Cano de que la crítica literaria es el arte gentil de captarse enemigos, no encuentra en Pineda Botero mayor asidero. El segundo elemento que me parece importante resaltar es que a la hora de seleccionar su corpus de autores y novelas (98 de los primeros y 124 de las segundas son tratados en La esfera inconclusa), Pineda Botero no olvida su entorno más cercano. Por ello en cada aparte en que se trata algunas de las conciencias y cómo ellas se manifiestan en las novelas, el autor destina un espacio a algunas obras escritas y publicadas en Medellín. El sitio, por ejemplo, que se da a veces a la obra de Mario Escobar Veláquez es justo. Mezquinamente ignorado por la mayoría de los estudiosos de nuestra literatura, Mario Escobar en este libro adquiere un lugar merecido. Es decir, suficiente como para pensar que este autor, con las novelas y cuentos de Urabá, es figura importante en el horizonte de la narrativa colombiana de los últimos años. De la misma manera, Pineda Botero se detiene a hablar de autores como María Elena Uribe, María Elena Restrepo y Ema Lucía Ardila, de José Libardo Porras, José Ignacio Murillo y Jaime Espinal, entre otros. No creo que en esta actitud selectiva haya sesgos de Chauvin. Me inclino a pensar, más bien, que se trata de un reconocimiento necesario, casi obvio, que el crítico hace a sus escritores cercanos en el tiempo y en el espacio. Y es aquí también donde sobresale una de las obligaciones del crítico de nuestros días que encarna Álvaro Pineda Botero: ocuparse, como uno de esos infatigables colaboradores enciclopédicos que jamás se rinden ante la ingente labor de actualizar su dominio de conocimiento, de lo que surge, en tanto que tradición y en tanto que novedad, de la narrativa colombiana actual. No de otro modo llegaremos a comprender los múltiples sentidos de esta agitación permanente con que la globalización nos eleva y nos aplasta, nos empuja y nos detiene, nos define momentáneamente para luego hundirnos en lo indefinible.
Juan Esteban
20 May, 2014
Malo no me dice lo q pregunte , yo pregunte cual es eso estilo de escritura de Álvaro Pineda Botero quiero algo concreto no carreta
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5 Aug, 2014
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