La prédica a los pájaros
Hondos dolores le atraviesan el bazo. El hígado, alterado por los ayunos, se manifiesta en vaharadas que le salen por la boca. Su cuerpo huesudo algo tiene del vigor de antes. De esas jornadas de la adolescencia última cuando todo giraba en torno al asueto, a los ejercicios ecuestres, a la opulencia de las mercaderías. Los pies, envueltos en sandalias, están aporreados por los senderos. Lleva una barba rala donde se enredan briznas de paja, espartillos, extraviadas alas de insecto. La calva sobresale como una areola mal trazada. Habla como si entonara una cantinela. Y su lengua frecuenta una mezcla de vocablos extranjeros. Los ojos son dulces pero no límpidos. Porque la enfermedad le ha cubierto la mirada con la densidad propia de las aguas limosas. Verlo en silencio es estar frente a un cauce detenido. Observar sus ojos en medio de las prédicas del amor y la pobreza hace pensar en dos fuerzas que disputan. Las manos, largas y blancas, guardan un tenue eco del contorno de las doncellas. En una la cicatriz aparece. Una cruz que abarca el dedo pulgar. Es el recuerdo de un pájaro hambriento que comió trigo en su mano.
Este texto forma parte del libro "Sólo una luz de agua: Francisco de Asís y Giotto", Tragaluz Editores, Medellín, 2009, 105 p.
mlf
14 Apr, 2014
Excelente, gracias por tanta belleza