Sebastiao Salgado y sus éxodos
Uno de los personajes de Los detectives salvajes, la novela de Roberto Bolaño, precisamente un fotógrafo, habla de las noches del África. Dice que son noches extranjeras y grandes, tan grandes que en un descuido pueden tragarse a los hombres que las viven, o las padecen, o las gozan a su modo. Dice también que esas tierras -se refiere en particular a Luanda, a Kigali, a Monrovia- son como una copia fidedigna del fin del mundo, de la demencia humana, del mal que inevitablemente anida en todos los corazones. Esa locura, esa suerte de apocalipsis, ese horror no lo vemos en la obra de Bolaño. Acaso lo imaginamos pero, en rigor, no lo vemos. Pero sí lo vemos en muchas de las fotografías que conforman Éxodos de Sebastiao Salgado.
Salgado es uno de los testigos visuales más conmovedores de nuestros últimos años. Descendiente de esos fotógrafos que lo arriesgan todo, con su cámara en bandolera, atravesando los territorios del desamparo y de la guerra. Su trabajo está vinculado al de Robert Capa, que murió al pisar una mina en Thai-Binh. O al de Eugenio Khaldei, que murió en un Moscú que apenas recuerda sus inolvidables fotos de la avanzada del ejército rojo sobre la Alemania nazi. Salgado tropezó con la fotografía por azar cuando estudiaba economía en París, en 1970. Comenzó tomándole fotos a su esposa y a la cotidianidad de la ciudad. No tardó en obsesionarse con las cámaras y en darse cuenta que tenía el privilegio de la intuición de su lado. No es un secreto para nadie que las grandes imágenes son producto de una mezcla milagrosa de intuición y de estar en el sitio y el instante indicados. Salgado empezó a tener misiones en África y América Latina. Hizo el aprendizaje de los trucajes del oficio en la agencia Gamma. Luego pasó por Sigma. Más tarde por Magnum. Cosechó premios, aplausos, prólogos comprometidos a sus fotografías de Eduardo Galeano y José Saramago.Despertó el interés y el apoyo de muchas organizaciones culturales y humanitarias. La caridad, acaso, de las viejas esposas de los grandes ricos que trafican armas en Europa. En fin, la rabia, la indignación, el estupor de muchos ciudadanos ante la fuerza de esas imágenes.
En 1992 Salgado tuvo la idea de cubrir en varios reportajes las migraciones de la Tierra. Antes había realizado un monumental trabajo: La mano del hombre. Una empresa que le llevó cerca de 5 años desplazándose por 20 países. El resultado son 364 fotografías reunidas en un libro imprescindible. Su objetivo es rendir homenaje a los trabajadores que aún utilizan sus manos en las labores diarias: pescadores, mineros, estibadores, trabajadores en campos de cacao, caña de azúcar, té y tabaco, en siderúrgicas y fábricas de automóviles y bicicletas. El proyecto de retratar los éxodos fue aún más descomunal. Varios medios de comunicación importantes de Estados Unidos, Brasil, Francia, España, Portugal, Alemania, Holanda e Italia lo patrocinaron. Comenzó entonces el éxodo de Salgado. 6 años de viajes por 40 países para dejar un testimonio de los 130 millones de hombres que hoy viven en países diferentes de aquellos donde nacieron. El resultado lo podemos ver en 300 fotos llenas de una desolación y una esperanza únicas, donde los espacios son los puertos, las carreteras, las estaciones de tren. En fin, las encrucijadas que configuran el exilio. 3000 páginas publicadas en los diarios del mundo entero. Una serie de 30 cortos documentales sobre el trabajo del fotógrafo brasileño. Y la publicación de dos libros Éxodos y Los niños del éxodo. El propósito de Salgado es directo: hablar con estas imágenes de la fisura más dolorosa y trascendental de la vida contemporánea. ¿Y para qué?, nos preguntamos. ¿Para qué toda esta labor que algo tiene de inmenso consorcio cultural? Pues para que la gente adinerada, explica Salgado, vea, despierte y reaccione ante las terribles situaciones que están pasando allá en la periferia, en donde ocurren los desgarramientos de la Historia. Para que la gente sepa de algún modo que lo que pasa allá tiene que ver con lo que pasa en los supuestos países del centro.
Emilio López Lobo, uno de los personajes de Los detectives salvajes, y Sebastiao Salgado son de esos fotógrafos cuyo mérito en su oficio es el de registrar todas las formas de la insensatez y la desidia humanas. Pero entre los dos hay diferencias. La principal acaso es que uno muere como un suicida en las praderas de Liberia. El otro ha recorrido también ese continente frenético, y todos los otros. Ha enfrentado a la muerte en numerosas ocasiones. Ha sufrido los males físicos: el hambre, la sed, los insomnios, algunas dolencias. Y también los males del alma: el miedo, la incertidumbre, la desesperanza. Sin embargo, Salgado siempre ha regresado a la Europa opulenta y segura. Ha regresado a exponer sus fotografías magistrales en blanco y negro, tomadas con sus cámaras Leica. La paradoja en su trabajo algunos la han señalado. Hacer de la miseria humana bellas fotografías. Y luego exponerlas en las prestigiosas salas del mundo que tiene el poder y la vergüenza de verlas.
mlf
19 Jan, 2011
muy bueno y es cierto,aclararía y generalizaría el concepto……”para todos los que en el mundo tienen el poder y la verguenza de verlos” gracias por el aporte.
Anonymous
25 Jun, 2016
Photographers are enchanting people, ideal as persons for comics or novels, people you often like but don’t want to end in their photos. To complete view on photography from Savage Detectives one should add Houellebecqs’s view The Map And The Territory (*ok, one of his character’s view).
Crnkovic
25 Jun, 2016
and one more thing–> great novel, Savage Detectives…